martes, 17 de julio de 2018

El increíble, mi maestro.

Firmaría cada uno de tus versos
sin perder la compostura en cada paso;
luchando por tu miedo
sin derecho de admisión,
emborrachando al corazón
con el agua escondida entre tus manos.

Tu credo me lo creo
ya que no hay nada que perder
en estas pocas frases que no llegan a cien;
a mi aire
me inspiro sobre el margen de la piel
cuando el pan para el hambriento llega
y navegas por mis venas
entre barcos de papel.

Y yo este poema te lo debo
porque escucharte es un orgasmo;
cada noche anochezco con tus nanas,
cantando, perdonando,
cosiendo y agradeciendo
a las flores de cerezo del mañana.

Solo me queda una plegaria en estos versos:
seguir naciendo en la traición de tus poemas,
que la primera del plural no me haga caso
y que mis letras
las sigan inspirando tus canciones.

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