No pretendo ser predicador de quimeras posibles,
quiero ser profeta de locura
en tierra de ateos
que me miren y griten pidiéndome cordura,
quiero ser alma de poeta,
dedos de pianista triste cantando What a wonderful world,
quiero ser lágrimas de prostituta virgen
y orgasmo de monja promiscua en todos sus sentidos.
Quien me iba a decir a mi que se podía huir de uno mismo
a través de papel y lápiz,
quien me iba a decir a mí,
con dieciséis inviernos a la espalda,
que mis altibajos de loco obseso de unos besos que nunca conseguí
iban a llegar hasta vosotros,
profetas recíprocos de una locura que yo os he mostrado.
Quien me iba a decir a mi que iba a acabar escribiendo
como medicina casi diaria
necesaria para seguir viviendo día tras día,
golpe tras golpe.