martes, 23 de octubre de 2018

Corazón de cera.

Vivo con mi abuela de ochenta y pico años,
y está obsesionada con que meriende;
me compra quesitos de esos envueltos en cera roja,
y ya aprovecho
y la pequeña parte que tengo de artista
se dedica
a esculpir mierdas con ese envoltorio.
Debe ser por eso de ser un intensito
que me da por esculpir corazones con él,
o quizá refleje lo que es el mío,
no sé.

Termino de comerme el queso
y hago una bola de cera,
y le doy vueltas,
y vueltas,
y vueltas,
y vueltas...
y cada vez un poquito más blanda.
Me ayudo de algún bolígrafo o lapicero
para darle forma,
y con los dedos
intento dejarlo perfecto,
pero no funciona,
siempre me dejo algún hueco o viruta
que se queda y me jode el invento.

Aún así lo guardo y lo dejo en frío
para que se endurezca,
o simplemente se me olvida que lo tengo
y queda escondido en cualquier rincón de la mesa,
pero a la vista de todos.

Pero es cera,
y si lo coges con las manos
calientes
o comienzas a darle vueltas,
se deforma
al antojo de quien pone sus dedos encima.

O simplemente se aplasta sobre la mesa,
y vuelta a empezar.

Toca comer queso y esculpir corazones,
aunque sean de cera,
aunque los demás
(o yo mismo)
a fuerza de calor, vueltas y golpes,
los deformen.

lunes, 1 de octubre de 2018

Ya me acuerdo.

Ya no recordaba a qué sabe la euforia
de un beso inesperado 
cuando lo esperas demasiado,
el ruido del tren sobre la vía
poniendo rumbo a no sé dónde 
porque solo sé
besar con los ojos cerrados.

Ya no recordaba el tacto del reloj,
dulce y áspero,
sobre un par de labios lentos y enlazados
pero a contratiempo,
con las manecillas riéndose de ambos.

Ya no recordaba el calor de la saliva
refrescándome los versos,
como el lobo que aúlla a la Luna llena
después de haber estado oculta durante el invierno.

Ya no recordaba el olor del lápiz y el cuaderno,
ya no recordaba lo que era sentir fuego y cielo,
volver a casa y escribir un poema,
dormir
pero soñar despierto.