martes, 17 de octubre de 2017

Operación inversa.

Cuando llegaste no había ilusiones en mis agendas,
ni luces de farola en mi skyline,
no quedaba tinta en mi pluma
y las heridas goteaban cerca de mis alas advirtiendo
la explosión de mi universo contra el suelo.
No tenía sed de victoria,
aunque sí de la lascivia que me quedaba en las comisuras,
me quedaban pecados acumulados por las cunetas
y cuentas pendientes con el amor.

Realmente la putada
es que llegaste cuando el amargo ya era dulce
y la cerveza no emborrachaba,
llegaste cuando la risa y el sollozo se equilibraban
justo antes de que el segundo
se quedara permanentemente a mi lado.
Llegaste cuando el infierno se me antojaba eterno,
y el verde de mis ojos se embarraba como las hojas en otoño,
llegaste
cuando mis huesos eran polvo
y el color de mis mejillas olvidaban la inocencia
tras los puñales que las frecuentaban.

Realmente la putada es que llegaste.
Y la cerveza volvió a emborracharme con su amargura,
la risa ganó al llanto,
me trajiste de vuelta a la Tierra
y mis ojos se olvidaron del desengaño.
Tus labios parecían no cortar con su filo
y mis huesos sostenían todas mis ilusiones.

La putada es que cambio rápidamente de costumbres,
que me dejaste dibujar mi skyline con tu nocturnidad y sin supuesta alevosía,
que todo cambia y se queda como antes,
que ya no sé,
apenas,
cómo está colocado mi mundo.

La putada es que ahora,
todo esto está igual,
pero del revés.