martes, 12 de junio de 2018

Fotofobia.

Me da miedo la luz.
Es triste reconocerlo
y difícil de digerir,
aunque esto viene de lejos.

Cuando pesa el aire empiezo por bajar las persianas,
y el flujo que respiro es ya caliente,
porque la alevosía de mi nocturnidad
es la brisa que abrasa en verano;
y espero a ese momento crepuscular
en que el deslumbrar subyacente del ocaso se atenúe,
como la vela que decae
y cuya llama calienta, pero no luce.

Cuando el papel se torna gris,
y el silencio describe sonatas
sobre el piano del tiempo,
recorro sobre el lápiz el matiz
del bemol que sostiene mi lamento.

Cuando el tacto frío de la piel
contra uno mismo
se reduce a creer que estoy vivo.

Cuando la gravedad sea relativa
y el vacío me persiga
allá dónde el verso esté.

Cuando me desvista
y empiece a ver un plan de huida,
y mis ojos solo luzcan color negro.

Cuando sea de noche y pueda salir corriendo
para esconderme
                            (o perderme)
sin remedio.

Entonces te diré que te quiero,
porque le temo a la luz
que me haga ver que puedas salir corriendo.

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