Parece
que todo calla cuando más ruido hay en mi cabeza, cuando los fantasmas con los
que crecí salen a dar una vuelta y amenazan con no irse sin algo de mí, al
menos. Retumba el silencio mientras mis párpados callan y mi sentido común,
casi intacto todavía, busca una salida a esta trampa para ratones que han
colocado mis demonios, y de la que han pretendido no dejarme escapar.
Hay
quien lo llama coraje. Y hablo de huir de mis demonios. Yo lo llamo dejar atrás
la autodestrucción. Apretar los dientes y levantar la barbilla esperando la
siguiente ostia que me voy a dar yo mismo, porque ya he aprendido que soy mi
propio demonio, y que los fantasmas son todas mis metas que no llegaron a ser.
He
aprendido que los corazones de verdad son todos esos que ya en ruinas han
dejado atrás la autodestrucción, y con su condición de ángel, dejan que los
demonios salgan y no vuelvan en forma de insomnio, jodiendo amaneceres.
He
conocido ángeles, pero ninguno como ella. Quizá sea una paradoja ponerle sexo a
un ángel, pero joder, qué ángel. Luce melena castaña y ojos de calaña similar,
casi pardos. Deja entrever la locura en sus caderas, entre las seis letras de su nombre, y en su boca, en su boca
está el mayor de los sacrilegios paganos. Se puede decir, que por su boca
mueren mis demonios. Porque por cada beso que me da, se curan dieciséis heridas
que ellos me hicieron.
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