domingo, 15 de noviembre de 2015

Siempre, paz.

Lo jodido de estos escritos es que siempre llegan tarde. Siempre llegamos tarde. Siempre es la misma historia, provocada por el mismo perro con distinto collar. 

Creemos que el mundo nos pertenece y lo hundimos, nos hundimos y nos perseguimos unos a otros con el único fin de dominarnos para tapar las carencias que nos hacen débiles, -y únicos-. Sonreímos mientras no nos ocurre nada, y como no, lo hacemos hasta que nos llega a nosotros la desgracia. Creemos que el mundo nos pertenece, y solo somos unos insignificantes puntos ante la inmensidad de lo inmenso; somos la creación de este, nuestro mundo, con el único poder de destruirlo poco a poco, y parece que se nos ha subido el poder a la cabeza.

Nos matamos mientras gritamos a los cuatro vientos el nombre de la paz, sea cual sea su nombre, raza, sexo o religión. Nos olvidamos que ella vino aquí para vivir tranquila, en su pisito de París, donde creyó que no le llegaría la hora de romperse en mil pedazos.

Creen que pueden dominar el mundo, sí, todos aquellos que lo destrozan con sus malditas guerras,
creen que la paz se ha roto, que París ya no es París, y que el amor no existe. Creen que nos hemos dado por vencidos, y que les hemos dado por vencedores. 

Creen que van a dominar el mundo, y él va a ser quien acabe dominándoles a ellos. 

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